domingo, 30 de diciembre de 2007

Me llamo Siberia y soy celosa


Dicen que el primer paso es admitir que tienes un problema y así luego vas a no-sé-qué anónimos y dices la famosa frasecita: “Me llamo Menganito y soy no-sé-qué”.

Yo hace años que sé que soy celosa, que tengo un problema, pero tengo que convivir con ello y ni siquiera puedo tomar Vicodina como House, porque dicho narcótico no mitiga el dolor de la celitis crónica.

Y todo esto viene a cuento porque hay un blog de una tal Raquel Matarredona que me lleva frita porque me mata de celos.

Lo primero que despierta mis celos es que el único enlace que hay en su blog es el de Blanca. Lo cual, pues tira que va, porque Blanca a pesar de los esporádicos ramalazos que me lanza, la verdad es que se porta bien conmigo y ya le tengo cariño. Pero lo que no puedo soportar de Raquel son sus etiquetas. La mayoría de sus posts llevan la etiqueta “Raquel”, que bueno, si es su blog pues es lógico. Pero hay tres posts que llevan la etiqueta “Erne”. Tres nada menos. Y etiquetas con mi nombre, ninguna. ¿Es o no es para tener celos?

Una de las etiquetas la comprendo porque se trata de un poema –por cierto, precioso– de la tal Erne, pero las otras dos… ¿A santo de qué? Y en la última entrada con esta etiqueta encima me nombra a mí. Pero ¿qué dice Raquel? Pues se limita a tacharme de miope. Y no soy miope, tengo algo con un nombre mucho más técnico y más chulo. Lo que pasa es que no me gusta llevar gafas. Y eso que me compré unas monísimas de Calvin Klein, que me costaron un riñón. Total, que yo me pregunto: ¿por qué narices Raquel tiene que poner como etiqueta a la susodicha Erne? ¿Quién es esa Erne a la que Raquel le tiene tanto cariño o admiración o lo que sea? ¿Es que no sabe que cosas como esa son las que provocan mis ataques de celitis los cuales hacen que me pase días rabiando?

Pues mira por donde ya que no puedo tomar Vicodina voy a hacer lo que mi prima Pepa me dijo un día con esa sonrisa maravillosa e inigualable que tiene –vaya por Dios, ahora me doy cuenta de las ganas tan enormes que tengo de verla–. Me dijo mi prima, hablando de un tema que no viene al caso: “… ¡venganza, venganza!”.

Pues eso voy a hacer, y mi venganza será que un día de estos voy a borrar a Raquelita de mis enlaces. Es más, voy a borrar a todo el que no me alabe y me haga la pelota. Es decir, me voy a quedar sólo con los blogs de Polvos talcos y La distensión animal. Porque ellas no me provocan celitis, no me dañan. Ellas son fantásticas. Ellas son de lo mejor que anda por ahí.

martes, 18 de diciembre de 2007

El milagro de los Reyes Magos


Como ya dije, de la Navidad lo único que me gusta es montar el belén y el día de Reyes, seguramente porque es lo único que recuerdo de las Navidades infantiles. Bueno, también me acuerdo de los villancicos, pero no es un recuerdo muy agradable por la sencilla razón de que todas las Navidades, antes o después, se cantaba el villancico “La virgen va caminando”. El villancico no es muy alegre que digamos, pero el final, el final es mortal de necesidad:

La Virgen lavaba
San José tendía
y el Niño lloraba
del frío que hacía


Y yo, al llegar a los dos últimos versos, me imaginaba al niño tiritando en su cunita, solito y llorando amargo, y claro, me ponía a llorar como una madalena. No había nada que hacer, cada año lo mismo, mi familia a cantar el susodicho villancico y yo a llorar a mares. ¡Menuda crueldad!

Así que ahora me limito a poner el Belén y a escribir a los Reyes Magos. Este año he pedido veindidós cosas. Y el día de Reyes me volveré a levantar alborozada a mirar si los Reyes me han traído regalos y a despertar al resto de mi familia que normalmente duerme a pierna suelta ¡qué gente más rara!


En mi infancia la noche de Reyes colocábamos en el balcón un capazo enorme lleno de algarrobas para los caballos y luego mi madre me mandaba a dormir. Aunque yo cada año, intentaba por todos los medios no dormirme con la ilusión de poder oírlos e incluso verlos. Recuerdo que un año, aunque me dormí como siempre, un ruido me despertó de pronto. Abrí los ojos y pensé que debían ser los Reyes, ¿quién si no? Pero por increíble que parezca me quedé paralizada, no podía moverme, lo que hizo que no pudiera comprobar si de verdad eran ellos, pero como al día siguiente se lo conté a mi hermana y ella me aseguró que sí, que serían ellos, no me quedaron dudas. Aquel año oí a los Reyes. Se lo conté a todo el mundo.


Y es que mi hermana era muy lista. Tan lista, que un año, antes de sacar la muñeca que me dejaron los Reyes supo al instante que aquella muñeca andaba. Y acertó. Cuando la saqué, hice todo lo que mi hermana suponía que se debía hacer y funcionó. La muñeca andaba. Y encima a mi prima Mercedes le habían dejado una exactamente igual. ¡Qué caña!


El día de Reyes es algo muy especial. ¿Hay algo más extraordinario y mágico para un niño? Para mí desde luego lo era. Apenas me despertaba me levantaba de un brinco y dando grandes voces para llamar a mis hermanos corría hacía el balcón. Allí normalmente tenía que esperar a que llegase alguna persona mayor ya que el balcón tenía un pestillo en la parte de arriba al que yo no alcanzaba, pero cuando por fin se abrían las puertas de madera y hierro de mi balcón, allí estaba el milagro: las algarrobas habían desaparecido y el cesto estaba repleto de juguetes.

domingo, 16 de diciembre de 2007

Hablemos de sexo



Blanca me dice que no escribo, que soy una vaga. Vale, voy a escribir, pero voy a hablar de sexo. Porque fue precisamente Blanca quien me hizo meditar hace unos meses sobre qué poco y qué mal se habla de sexo. Fue en una conversación en la que me contaba cómo había ratos en que deseando estar sola se encerraba en su cuarto pero aun así la llamaban constantemente y tenía que salir. Yo le sugerí que cuando la llamara su padre respondiera desde su cuarto: “Ahora no puedo ir, me estoy masturbando”.


Blanca empezó a reírse a carcajadas y así continuó durante un rato. Cuando recuperó el habla me aclaró que no se reía por la frase sino porque yo la hubiera pronunciado. Entonces me pregunté si de verdad era yo la que cuando se hablaba de sexo lo hacía siempre de forma tan sutil que una frase explícita podía hacer reír a lo grande a Blanca o más bien a todo el mundo –al menos la gente conocida por mí– es el que se comporta así por mucho que vayan por la vida de liberales, abiertos y desinhibidos.


Yo tengo varios amigos y conocidos y no recuerdo ninguna frase explícita sobre sexo. Siempre es algo vago, tocado de puntillas y cogido con pinzas. Cuando nos vemos y nos contamos las cosas que nos han pasado en el tiempo en que no nos hemos visto, el sexo no suele salir en la conversación. Me pueden contar que comieron con sus hijos paella con Bogavante, que fueron al cine a ver una película trepidante, que cenaron a base de canapés de salmón y que luego se fueron a dormir. Pero nunca me ha dicho ninguno de ellos cosas como: “y al llegar a casa dimos un polvo que te cagas”.


Cuando se habla de sexo, o bien se hace en plan de gracia, o se pasea sutilmente sobre él, como con miedo. Y de hecho de mis amigos sé muchas cosas, algunas realmente privadas y delicadas que nunca contaré, pero cómo les va sexualmente, de eso no tengo ni idea.


También me parece curioso que un amigo te pueda contar paso a paso y detalladamente cómo prepara el tiramisú o el pastel de queso para que uno pueda también disfrutar de algo tan delicioso pero lo que nunca se consigue es que ese amigo te hable de cómo se enrolla en la cama, y digo yo que alguno debo tener que sepa o intuya que hace el amor de puta madre. Vamos es que estoy segura de que si todos habláramos podríamos aprender mucho sobre sexo y mejorar por tanto las relaciones. Pero no, se siente, de sexo no se habla. Y puedo prometer y prometo que tengo muchos conocidos que se las dan de super-super-liberales y más.


Y que conste que me importa tres equis que en las conversaciones se hable de sexo o no. De hecho yo sí admito no ser tan liberal como para hablar explícitamente sobre lo que hago en la cama. Pero lo extraño no está ahí, no está en los que admitimos que para nosotros el sexo sigue siendo un tema tabú debido seguramente a la educación recibida durante años. Lo extraño está en aquellos que por un lado te dicen que el sexo es tan normal como tomar café pero luego no te cuentan ni qué clase de cafetera utilizan.


Eso es lo que me confunde. Porque a mí que me encantan el café y el sexo y que estaría tomando de ambos a cada instante ya le digo a Blanca que sólo le contaré todo lo que quiera sobre el café en Grano Illy que compro y la clase de cafetera que empleo, pero muy difícil será que de sexo le cuente nada.


Eso sí: queridos amigos liberales, si vosotros queréis hablar de sexo no seré yo la que se sonroje: eso al menos sí lo tengo superado.

miércoles, 5 de diciembre de 2007

Diferencias entre mi Belén y mi Belén



Ya he montado el belén. Pero no es como mi Belén. Y con este último “mi Belén” me refiero al que yo tenía cuando era pequeña. Ése que era de todos pero que llamaba mío.

La mayor diferencia que existe entre ambos es que mi Belén de antaño lo montábamos todos: mi padre, mi madre, mis hermanos y yo. En cambio éste lo instalo yo sola. A mi marido y a mis hijos el belén les importa tres x.

Otra diferencia son las figuritas que en éste no tengo. A saber:

1. La cunita del niño Jesús.

La cunita que San José construyó con las ramas que encontró por allí cerca y a la que luego le puso paja del pesebre para que le sirviera al niño del colchón.
En el que yo tengo al niño lo sostiene la Virgen, lo cual es muy tierno pero increíble. ¿Quién puede creer que María, veinticuatro horas al día, durante catorce días seguidos sostuviera incansable al niño en su regazo? Ni que tuviera los brazos de acero inoxidable.

2. El caganer.

¿Cómo un belén no va a tener caganer? Nosotros siempre lo poníamos detrás de la palmera para que se ocultara con recato de las demás figuritas.

3. La cabra.

Yo ahora, sólo tengo ovejas. En mi Belén a la cabra – una cabra grande y preciosa – la colocábamos en algún risco de la montaña.

4. Los caballos.

Los Reyes que tengo ahora montan sobre camellos, cuando en mi Belén iban sobre caballos tal y como debe ser. Sino ¿por qué narices iba mi padre la víspera de Reyes a poner en el balcón algarrobas? Además lo decía bien claro: “Algarrobas para los caballos” ¿Y de dónde va a proceder la famosa cabalgata de Reyes si no fuera porque los Reyes cabalgaban? No se cabalga sobre camellos.

5. La castañera.

Y a ella sí que no la encuentro. Al caganer lo venden en todas partes, pero a la castañera con su cucharilla para mover las castañas, su pañuelo en la cabeza y su farolito no la encuentro. ¡Por Dios! Que alguien me devuelva mi castañera.

Claro que al revés también ocurre otro tanto, hay cosas que tengo en mi belén actual que no tenía en el otro; como el leñador partiendo leña, los patitos nadando en el río, los tres pajes que acompañan a sus majestades, el pescador, una preciosa fuente de tres caños y también tengo por increíble que parezca a …… Herodes. Sí tengo a Herodes, a su castillo y a sus guardianes. ¿Se puede imaginar mayor crueldad que poner a dos palmos del niño Jesús a Herodes? El niño recién nacido y el artista que idea el belén no se le ocurre otra cosa mejor que añadirle a Herodes ¡Por Dios bendito qué el niño acaba de nacer y estamos en Navidad! Esperad al menos que pasen Reyes antes de poner a Herodes. Dejad al Jesusito unos días de tranquilidad.

Ni que decir tiene que no coloco a Herodes al lado del niñito ni de broma. Es más, hace años que él, su castillo y sus guardines se fueron a la basura.

Luego están las cosas que aun siendo iguales se hacen de forma diferente.

El río ahora lo hago con papel Albal. De niña lo hacía con el papel de plata de las tabletas de chocolate. Además al río le añadía, con una caja metálica de puros de mi padre, una balsa cuadrada a la que llenábamos de agua de verdad y la adornábamos con musgo.

Las montañas las hacíamos con las cortezas de los troncos que luego arderían en la chimenea, ahora las hago con pasta de papel y tinte.

Es curioso que siempre recuerde el belén con las mismas figuras a excepción del año que nos regalaron – creo que mi prima Consuelito -los Reyes adorando.

Aunque sólo se expusieran por un día, era muy agradable cambiar a los Reyes a los que el primer día colocaba lo más lejos posible del pesebre para poder luego, cada día, ir acercándolos un poquito hacía el portal, por unos Reyes arrodillados y ofreciendo al niño mirra, oro e incienso.

Aunque antes de que me regalaran estos Reyes, un año – y esa vez si fue mi prima Consuelito- me regaló un pato. Menuda ilusión, un pato para el río. Casi volé hacia el belén. Pero cuando llegué pensé que el pato preferiría sin duda en vez de estar en un río caudaloso, nadar tranquilamente por las aguas serenas del estanque. Así que sin dudarlo un momento lo puse en medio de la balsa. No pude contemplarlo mucho tiempo pues era muy tarde y me tuve que acostar. Pero al día siguiente, apenas me levanté y fui como siempre a ver mi belén y a adelantar unos pasos a los Reyes, cuál no sería mi sorpresa cuando no vi al patito. También me pareció extraño que las aguas del estanque en vez de trasparentes hubieran tomado un misterioso color marrón.

No sé si lloré o grité. Pero algo debí hacer porque al momento mi madre y mi hermana estaban conmigo preguntando qué me pasaba. Yo se lo conté. Y mi hermana me explicó el extraño suceso:

El patito era de barro y después de toda una noche en el agua se había derretido.

sábado, 1 de diciembre de 2007

¡Qué grande es San José!


Hoy he estado pensando en que pronto tendré que ir sacando el belén y entonces me he puesto a mirar a mi San José y me han entrado ganas de escribir sobre él.

Cuando yo me casé no disponía entre otras muchas cosas, de un Belén para alegrar la Navidad. Pero un buen día mis primas, esas muchachas maravillosas a las que quiero como a hermanas, me regalaron un nacimiento de escayola que ellas mismas pintaron con paciencia y mucho talento. Sólo constaba de la imagen de la Virgen María con el niño Jesús y un San José. Eso sí, de un considerable tamaño, lo que hacía que luciera mucho en cualquier sitio que lo colocara. Quizás a alguien le parezca poca cosa, pero nadie sabe –creo que ni siquiera ellas mismas– la tremenda ilusión que me hizo.

Y así durante muchas Navidades mi casa estuvo adornada con este nacimiento al que tanto cariño le tenía y le tengo todavía. Porque para mí, lo mejor de la Navidad es el Belén y el día que llegan los Reyes Magos. Todo lo demás, como que me da igual. Yo soy así.

Cuando económicamente las cosas mejoraron y un anuncio en televisión como tantas otras veces me convenció, decidí empezar a comprarme un auténtico Belén. Se compraba cada semana; con cada figurita venía un fascículo sobre el Belén que la verdad no era muy interesante, pero las figuras estaban bien logradas, eran de una decente calidad y lo suficientemente hermosas. Así que sin pensármelo mucho empecé a coleccionar con devoción mi Belén navideño.

Cuál sería mi sorpresa cuando a punto de llegar la Navidad, aparte de otras esculturas, no tenía a San José. Me sentí perdida, puesto que no puedo imaginar un Belén sin tan bondadosa figura navideña. Así que coloqué al lado de la Virgen, el niño Jesús, la mulita y el buey a mi San José de escayola.

Cuando llegaron mis hijos asombrados de la inmensa desproporción en tamaño y estilo que San José le proporcionaba al Belén me lo comentaron con profunda extrañeza, a lo que yo contesté casi gritando y levantando mis brazos a lo alto: “Es que, ¡qué grande es San José!”, lo que despertó las sonrisas de todos.

Pocos días después recibí una carta de la editorial que me suministraba mi Belén en pequeñas dosis diciéndome que podía pedir todas aquellas piezas que faltaran para poder tenerlas para la inminente Navidad. Eso hice y así completé mi Belén, si es que se puede decir que un Belén está completo sin caganer y sin castañera. Porque en mi Belén de niña teníamos al caganer y a la castañera. Aunque ése es otro asunto del que hablaré otro día porque si no esto podría hacerse interminable.

El caso es que después de poner mi Belén ya completo con las nuevas figuritas cogí el antiguo nacimiento y decidí guardarlo junto a esas otras cosas que no quieres tirar pero que sabes que nunca usarás.

Guardé a la Virgen con su niño, pero con San José no pude. Le admiraba y le quería demasiado. Miraba a mi San José, ese santo bueno como no ha habido otro y representado con tanta maestría, con su farolito, su cayado, y esa cara de buenazo que mis primas le habían pintado y se desplegaba en mí una profunda melancolía. No, no podía.

Y así es como mi San José acabó en mi escritorio entre la lata del monstruo de Tasmania donde guardo las chinchetas y la caja de música de la Cenicienta que me regalaron mis hijos.

Nunca lo ha quitado desde entonces de mi mesa de trabajo. Ahí seguirá, durante todos los días del año, aunque ya un poco deteriorado por el paso de los años, el San José de escayola que me regalaron mis primas.