“Esperanza, de falaces consejos y pobres consuelos que impiden al hombre suicidarse, es el mal que quedó en la caja de Pandora”.
Hay días en que el patito feo tiene esperanzas.
Esos días el patito feo suele nadar por los diferentes lagos por si encuentra alguna bandada que lo quiera acoger o alguna familia que lo quiera adoptar. A donde nunca va es al lago de los cisnes. Ahora ya sabe que eso que narra el cuento es incierto: que él nunca será un cisne. Ya perdió demasiado el tiempo nadando hasta allí cuando era casi un niño, mirándose en sus aguas para que siempre su reflejo le devolviera la misma imagen, para que los cisnes nunca le hicieran el más mínimo caso y que altaneros y altivos jamás osaran dirigirle la palabra ni dirigirle una mirada que no fuera de desprecio. Patito feo ya sabe que sólo es un cuento para niños, y por eso allí ya no va nunca. Además, a Patito Feo no le gustaron los cisnes, le parecieron simples, orgullosos, necios.
Pero sí se acerca nadando torpemente a otros lagos. Sí mira a otros patos y les sonríe, y si le dicen algo empieza a hacer todas sus gracias y les enseña todo aquello que sabe hacer por si acaso lo quieren acoger.
También, a veces, tan esperanzado está que se acerca al lago donde habita su familia, ésa que lo tiró, ésa que lo exilió por ser tan feo pero a la que él tanto quiere. A la que él tanto desearía volver. Pero lo único que obtiene de sus padres y sus hermanos es un breve saludo, una despedida precipitada antes de que él la pida. Así que al final siempre tiene que regresar a su solitario lago lleno de amargura porque no puede entender que su familia reniegue de él de tal forma. En esos días siempre jura y perjura que no volverá a implorarles el cariño al que él cree tiene derecho pero que nunca recibe, por el inmenso daño que le provoca el ser repudiado vez tras vez. Y se vuelve a su lago llorando y pensando: “Otro hogar encontraré”.
Pero los peores días son aquéllos en que al despertar, y después de como siempre se dé cuenta de que no es una pesadilla, de que es cierto que su familia lo repudió, que está completamente solo y aislado en su pequeño lago azul, en vez de que su pena se vaya esfumando poco a poco como le pasa otras veces mientras se lava la cara y agita las patitas, por alguna razón no se le pasa la tristeza. No hay nada que le dé un poco de ánimo, no ya para ser feliz, que eso no lo es nunca, sino para al menos no ser tan desdichado. Y cuando después de horas y horas de llorar escondido entre los juncos ya no puede más y sólo desea morir, el patito feo pide a Dios que por favor, por favor, al menos le devuelva la esperanza.