martes, 27 de mayo de 2008

La caja de Pandora




“Esperanza, de falaces consejos y pobres consuelos que impiden al hombre suicidarse, es el mal que quedó en la caja de Pandora”.


Hay días en que el patito feo tiene esperanzas.

Esos días el patito feo suele nadar por los diferentes lagos por si encuentra alguna bandada que lo quiera acoger o alguna familia que lo quiera adoptar. A donde nunca va es al lago de los cisnes. Ahora ya sabe que eso que narra el cuento es incierto: que él nunca será un cisne. Ya perdió demasiado el tiempo nadando hasta allí cuando era casi un niño, mirándose en sus aguas para que siempre su reflejo le devolviera la misma imagen, para que los cisnes nunca le hicieran el más mínimo caso y que altaneros y altivos jamás osaran dirigirle la palabra ni dirigirle una mirada que no fuera de desprecio. Patito feo ya sabe que sólo es un cuento para niños, y por eso allí ya no va nunca. Además, a Patito Feo no le gustaron los cisnes, le parecieron simples, orgullosos, necios.

Pero sí se acerca nadando torpemente a otros lagos. Sí mira a otros patos y les sonríe, y si le dicen algo empieza a hacer todas sus gracias y les enseña todo aquello que sabe hacer por si acaso lo quieren acoger.

También, a veces, tan esperanzado está que se acerca al lago donde habita su familia, ésa que lo tiró, ésa que lo exilió por ser tan feo pero a la que él tanto quiere. A la que él tanto desearía volver. Pero lo único que obtiene de sus padres y sus hermanos es un breve saludo, una despedida precipitada antes de que él la pida. Así que al final siempre tiene que regresar a su solitario lago lleno de amargura porque no puede entender que su familia reniegue de él de tal forma. En esos días siempre jura y perjura que no volverá a implorarles el cariño al que él cree tiene derecho pero que nunca recibe, por el inmenso daño que le provoca el ser repudiado vez tras vez. Y se vuelve a su lago llorando y pensando: “Otro hogar encontraré”.

Pero los peores días son aquéllos en que al despertar, y después de como siempre se dé cuenta de que no es una pesadilla, de que es cierto que su familia lo repudió, que está completamente solo y aislado en su pequeño lago azul, en vez de que su pena se vaya esfumando poco a poco como le pasa otras veces mientras se lava la cara y agita las patitas, por alguna razón no se le pasa la tristeza. No hay nada que le dé un poco de ánimo, no ya para ser feliz, que eso no lo es nunca, sino para al menos no ser tan desdichado. Y cuando después de horas y horas de llorar escondido entre los juncos ya no puede más y sólo desea morir, el patito feo pide a Dios que por favor, por favor, al menos le devuelva la esperanza.


sábado, 24 de mayo de 2008

Enamorada patita Daisy




Cuando uno está enamorado –o cuando yo me enamoré, da igual– te encuentras de pronto cantando en la ducha las canciones más tontas y absurdas, como nunca habías hecho.

Y el gel te parece que huele a Verbena, y te echas encima medio bote hasta parecer un muñequito de nieve, con lo cual luego estás tres horas para quitarte el jabón y se te hace tarde.

Y te pruebas todas las camisas antes de decidir cuál le gustará más a él. Y si por casualidad alaba alguna de ellas te la pondrás tanto que al final él acabará aburriéndola si antes no se aja de tanto meterla en la lavadora.

Y te pones esos tacones que son una auténtica tortura –me río yo de la chinas– con tal de que tu cara esté más próxima a la de él.

Y cantas en todas partes hasta que llega la Xiqueta y te pregunta mirándote asombrada: “¿Estás cantando una canción de Chenoa?”.

Y te late el corazón deprisa cada vez que lo ves aparecer tras la esquina, o bajando del autobús, o sentado en la cafetería leyendo el periódico, de tal forma que parece se va a salir del pecho de un momento a otro.

Y te encuentras buscando afanosamente la receta de “pechugas a la Villeroi” porque te dijo ayer que tiene el antojo de probar dicho plato. Y si hace falta lo cocinas siete veces hasta que logras sacarle el punto aunque luego tengas fregar la vajilla entera y haya harina pegada hasta en el extractor.

Y dejas de ponerte tus vaqueros favoritos porque te comentó no sé qué cosa de la prendas de marca y sus trabajos en la India.

Y te compras “Así habló Zaratustra” y te lo lees enterito porque a él le gusta Nietzsche.

Y te pones a beber el ponche al que te invita y hasta lo encuentras bueno cuando la realidad es que eso es imposible dado sobre todo a que eres abstemia.

Y miras la rosa pocha de tu rosal y la encuentras deliciosamente bonita.

Y te pones a menudo ese jersey negro de tu padre que un día por pura casualidad te pusiste, sólo porque te dijo ese día que estabas muy guapa, y da igual que odies el color negro en la ropa. Allí que vas tú con el jersey de tu padre que no tiene ni idea de por qué le ha desaparecido.

Y te gastas el dinero que tenías ahorrado para comprarte un bolso nuevo pues que el que llevas, amén de estar manchado de tinta –inevitablemente, y por mucho que me lo proponga nunca vuelvo a ponerles la capucha a los bolis después de escribir–, se le ha roto el cierre en “Gorilla”, ya que es el único disco, según tus hábiles investigaciones, de James Taylor que no tiene.

Y cambias tu criterio y en vez de gustarte como siempre los hombres morenos ahora resulta que te gustan los hombres de pelo castaño.

Y te recorres todas las librerías hasta encontrar “El monstruo de Hawkline” ya que lo nombró de pasada hablando de autores americanos.

Y cuando en la discoteca ves como se acerca a una chica y se pone a hablarle al oído sientes algo nuevo, un sentimiento raro que nunca habías tenido antes, una mezcla de rabia, odio y tristeza y todo esto aderezado con unas enormes ganas de llorar y que justo se esfuma cuando él se aparta de la chica en cuestión, vuelve a tu lado y te informa de que se trata de la novia de su amigo Eloy. Más tarde te enteras que a ese sentimiento se le llama “celos”

Y cuando su madre, hablando de su apreciado hijo –el mejor, como no–, comenta que una tal Elia andaba tras él, tú ya dejas de escuchar todo lo que sigue porque sólo piensas en quién narices será la tal Elia y a santo de qué tuvo que ir tras él.

Y si te toca el pelo empiezas a verlo todo azul y lleno de estrellitas, y a partir de ese día nunca más vuelves a atarte el pelo en esa cómoda coleta, por si acaso vuelve a querer tocar tus rizos.

Y si acerca sus labios a los tuyos, entonces, al igual que le pasó a Gustavo Adolfo Becquer, ese día crees en Dios.

jueves, 22 de mayo de 2008

Si no sabéis amar jugad a la play


Lo primero que quiero dejar claro es que este post no va dirigido a aquellas personas que conscientes de que no saben amar se dedican a dar aquello que sí poseen, como cariño, compresión, amistad, etc. pero nunca engañan ni hacen daño a nadie, pues encaminan su vida por otros cauces. A ellos no van dirigidos mis ataques. Es más, desde aquí les mando un beso y mis deseos de que encuentren la felicidad.

Contra quien hoy me rebelo son contra aquéllos, que a sabiendas de su deficiencia, se emperran en mantener relaciones sin importarles en absoluto el daño que más pronto que tarde harán a esa persona que sí les quiere, rompiendo en mil pedazos su corazón y a veces hasta su vida.

Ésos que te dicen que te quieren sólo con el fin de poder compartir tres o cuatro polvos hasta que se cansen o se encuentren con alguien que los dé mejor, o diferente, ¿qué más les da? Ésos que te dicen que están enamorados sin el menor empacho con tal de tener una relación de pareja, e incluso un matrimonio -porque a veces les conviene tan huera institución - que naturalmente al final acabará por mucho que el otro ponga todo su empeño en que funcione. Y terminará porque ellos mismos abandonarán sin ningún remordimiento dicha relación dejándole al compañero o cónyuge el corazón roto, destrozado y con una vida para tirar a la basura, una vida ya inservible que en muchos casos no se volverá a levantar y todo porque creyó y confió en la palabra dada y lo dio todo, porque los que sí saben amar todo lo dan. Ésos que te aseguran que te serán fieles siempre, cuando a la primera de cambio se tirarán a cualquiera que se les ponga al alcance y se quedarán más frescos que una lechuga. Ésos que dan rodeos para no dejar ese matrimonio que sólo tienen por conveniencia social o económica –amor desde luego no es–, pero con tal de mantener otro contacto de pareja que sea más ameno o divertido mienten constantemente, ponen mil excusas, se inventan lo que no existe y si se les pone en la tesitura de elegir, invariablemente elegirán la unión estable de conveniencia, porque querer, lo que se dice querer, no quieren a nadie.

A todos ellos les digo: chicos, jugad a la play en vez de ir desgraciando al personal. En serio, jugad, si es muy diver.

Porque a todos los que ya han hecho sufrir con sus mentiras, yo desde aquí me gustaría mandarlos a plantar nabos. Sí, un exilio para ellos en un inmenso erial donde todos juntitos, se dediquen a plantar nabos.

domingo, 18 de mayo de 2008

Amar es una locucura


“Amar es una locura, a no ser que se ame con locura”

Supongo que todo el mundo ha amado alguna vez. Lo que no sé es cuántos amaron con locura. Quizás porque eso no se ve a simple vista. Porque los que aman con tal delirio disimulan, y muestran un querer simple, sencillo, o como mucho hondo y profundo. De nadie sé que ame con tanta fuerza, con tanta intensidad y ardor que todo lo demás le parezca fatuo, superficial, vacío, inane. Que nada más le preocupe, que nada más desee, que con nada más sueñe.

Yo sólo conozco –así me lo transmiten, al menos– a gente que ama de forma cuerda, sensata, clara y lúcidamente. Por eso cuando a alguno de ellos –gracias a Dios no son muchos, pero aun así demasiados– les falla el amor, como ayer mismo me contaba mi amiga Sabri, agarrándome fuertemente de las manos, acercándome su cara para que nos diéramos un tierno beso y llamándome por mi verdadero nombre en mucho tiempo en vez de Barby o “mi Barby”, como suele llamarme por mi tendencia a vestir de rosa –por Dios, que nadie piense que tengo un cuerpo de Barbie, que me da algo–, yo me apiado de él, en este caso de ella, mi Sabri, y me duelo a su lado, me apeno y hago todo lo posible por consolarla con lo poco que sé, con lo poco que puedo.

Porque yo compadezco a los que aman y pierden la batalla. Compadezco a los que ven alejarse a su amor a otros lugares; a los que de pronto se quedan solos porque pierden a su amante que prefiere de pronto a otro compañero en la cama, en la casa o en la vida; a los que comprueban cómo han sido miserablemente engañados o traicionados; a los que no consiguen enamorar al ser que aman; a los que no son correspondidos; a los que nunca encontraron su media naranja e incansables siguen buscando; a los que les falla la relación una vez y otra; a los que a pesar de amar se rinden, porque no les compensa en otros aspectos de su vida y aunque con cierta tristeza, abandonan.

Pero no compadezco, sea cual sea su situación, a todos aquéllos que aman con locura.

viernes, 16 de mayo de 2008

Desequilibrada - Título puesto por Redz-




Últimamente estoy recibiendo un auténtico aluvión de consejos de todo tipo; desde cómo debo poner las cortinas hasta cómo debo actuar con mi amiga Clara, pasando por de qué tamaño debo comprarme el perro.

Si yo creyera en todos esos rollos de la astrología, diría que tengo los astros alineados con la luna en Júpiter y el sol en Marte, porque no hay día en que no reciba cuatro o cinco consejos como mínimo, y como algunos encima son contradictorios tengo la cabeza como una empanada gallega, con sus boquerones y todo.

El consejo que más me gusta es el que me dio Dick hace unas semanas, que buenamente me aconsejó que no hiciera caso de los consejos de los demás. ¡Fantástico! Es una paradoja. Porque si no hago caso de los consejos entonces tampoco puedo hacer caso al consejo de que no siga los consejos. Me encanta.

El viernes recibí uno también muy gracioso, pues me aconsejaron que yo debería aconsejar a los demás. Y la verdad es que el consejito tiene su aquel. Yo, que recibo a cientos y que no me gusta aconsejar a nadie –salvo que para mí la solución sea evidente, pero evidente del todo–, pues mira, ahora debo ir aconsejando.

Pero el caso, es que a pesar de mi empanada mental, he estado pensando –a veces lo hago– y me agrada, es más, estoy contenta, pues el que alguien te aconseje quiere decir que le importas, que se preocupa por ti y te quiere ayudar. Y el ver que tanta gente últimamente se comporta de ese modo conmigo me hace pensar que puede que en el fondo no sea tan patito feo como me creo. Que sí es posible que haya alguna o algunas personas a las que le caiga bien, que sí tenga gente alrededor que me quiera. Lo dicho, que puede que no sea un patito feo.

Lo único malo, como digo, es el desastre provocado en mi cabecita. No me da tiempo a asimilar tantos datos. Yo creo que si no le doy una tregua a las neuronas que me quedan –ya sabéis que a partir de los veintiséis años empiezan a morir en cascada– estas pobres sobrevivientes, en vez de esperar tranquilamente el turno de su muerte, cogerán un revolver calibre treinta y cuatro y se pegarán un tiro en la sien directamente.

Por ti Ricardo-Redz


Los comentarios en "Punto final" de Bufón Cósmico, Loth, Heliodoro y Martín Aon me conmovieron y emocionaron - nunca sabreís de qué manera, gracias de verdad - pero no hicieron variar mi decisión pues mi resolución estaba tomada con tal firmeza que nada podía hacerme variar de idea. Pero, hoy, leo el último comentario, el de Ricardo, y veo que tiene toda la razón. Aunque sea a título póstumo le debo esa entrada que él revisó desde la distancia - esa distancia tan enorme y gigantesca y a la vez tan chica e insignificante -como otras veces hace en algo que sólo es suyo y mío. Esta tarde sin falta prometo adjuntar dicho comentario y convertir el punto y final en un punto y aparte.

lunes, 12 de mayo de 2008

sábado, 10 de mayo de 2008

La soledad está desprestigiada

Dice mi querida Blanca en un comentario en el último post del blog de mi recuperada Raquel:

"Cualquier cosa que huela a soledad me hace salir corriendo”.

Y esa frase es la que me hizo reflexionar sobre lo desprestigiada que está la soledad. Tanta gente conozco que todo lo quieren solucionar buscando la manera de que lo que haces lo hagas igual pero acompañado de alguien - con quien sea te dicen a veces - que está claro que la soledad tiene muy mala prensa.

Claro que hacer las cosas en compañía –si ésta buena, claro– es mucho más agradable, pero de ahí a que uno tenga que pasar de ciertos placeres de la vida sólo porque no tiene a nadie con quien compartirlos me parece una total y absoluta estupidez.

Y es que hay demasiados momentos a lo largo de la vida en que inevitablemente se está solo. ¿Qué hacer con ese tiempo? ¿Desperdiciarlo? ¿Tirarlo a la papelera como si no perteneciera a tu vida y te molestara?

No, lo que hay que hacer es –parafraseando a La Xiqueta– aprender a gozar de la soledad. Si te apetece un café y no tienes a nadie con quien tomarlo, da igual, te vas a tu cafetería favorita, te pides ese capuchino o ese café granizado, y disfrutas del sabor, de la placidez de la cafetería, de la sonrisa que te ofrece el camarero…Si estás solo a la hora de comer, te haces, como me dijo un día mi prima, “un arròs blanquet, amb un poquet de tomaca y un ouet fregidet” y disfrutas comiendo y saboreando esa copita de vino.Y si por la noche estás solo, te coges tu cuaderno especial –yo por suerte tengo un personal y auténtico “Glò”, que es una pasada– y te pones tu cafetito, te acomodas entre las almohadas, enciendes la luz cálida de tu mesita y empiezas a escribir poesías, cuentos, relatos o lo que te dé la gana, y disfrutas de esos momentos de inspiración hasta que miras el reloj y al ver que son las dos y cuarto, te dices: “Mare de Deu, son les dos, a dormir”.

Y así con todo, con absolutamente todo.

Hay que deleitarse, aunque se esté solo, viendo en la tele el último capítulo de “House”, y leyendo en el rincón favorito de tu sofá esa novela encantadora; hay que aprender a encontrar el placer recostado en la cama o donde te apetezca de un buen orgasmo; hay que recrearse paseando bajo el sol en una mañana de domingo; hay que divertirse y desternillarse de risa viendo las caras y locuras de Cary Grant al poner en el vídeo por enésima vez la película “Arsénico por compasión”, y hay que emocionarse mirando pausadamente y con el cariño de la nostalgia esas fotos de tu niñez, de tu primer novio, de tu abuela ya perdida, de tus entrañables primas, de tu añorada Tagarina; y hay que quedarse embobado y recrearse mirando ese cuadro que te acabas de comprar en el mercadillo del arte.

Hay que gozar aunque se esté solo.

Yo pienso aprender al igual que ya sabe hacerlo mi adorado Richi –todavía me quedan muchas cosas que aunque aquí las escriba no las disfruto- porque son demasiados los momentos que se tiran a la basura en esta vida que no es tan larga como para dejarlos pasar tan sólo porque no tienes, justo en ese instante, una buena compañía.

No es tan terrible estar solo.

martes, 6 de mayo de 2008

La vida está sobrevalorada





Hoy, en esas horas de tren en las que se aparte de otras cosas oyes lo que hablan los demás con su móvil, escuché, como unas doce veces, a un señor de mediana edad que iba llamando por teléfono a amigos, familiares y supongo también a gente del trabajo contándoles que su madre había muerto esa noche a las tres de la madrugada.

El señor no parecía triste, y siempre después de dar la noticia del fallecimiento proseguía diciendo que la muerte había sido lo mejor que le podía haber ocurrido a su madre pues llevaba mucho tiempo – casi un año decía – muy mal. “ Además ya tenía ochenta y cinco años”, concluía cada vez el señor del tren.

Yo me preguntaba si el señor en cuestión sería uno de esos que así como esas muertes las consideran casi un alivio que mitigan la tristeza, no echaría pestes de todo aquel que estuviera de acuerdo con una ley para la eutanasia o muerte digna.

Y es que son demasiados, incluidos por supuesto los sacerdotes, los que cuando fallecen enfermos terminales, mayores que sufren, personas en estado vegetativo, etc... aceptan y hasta dan gracias a Dios por el óbito, pero que son incapaces de aceptar que haya gente que pida esa misma muerte pero con un poco de ayuda o simplemente que les dejen quitarse la vida ellos mismos. Es demasiada la gente que acepta la muerte natural pero que no admite que pueda morirse de otro modo.

Y si a algunas personas nos parece estupendo que haya gente que quiera vivir hasta que el organismo aguante y nada les decimos y hasta los admiramos y animamos a que no fumen, ni beban, ni practiquen deportes de alto riesgo, ni que coman bollos ni butifarras ¿por qué los que no opinan igual no tienen el mismo respeto? Por qué tienen que tacharnos de egoístas, amorales y a veces alguno que otro hasta de asesinos?

Sus argumentos para desechar cualquier muerte que no sea natural se reducen, lo mires como lo mires, a dos:

Están lo que dicen que es que hay que morir cuando a uno le llegue su hora.

¿Cuándo te llegue la hora? Menuda estupidez. Ni que viniéramos al mundo con un carnet con la fecha y hora de nuestra muerte ¿Qué hora ni qué narices? Uno se muere por conducir borracho, porque te da un infarto, porque la cocaína estaba adulterada, porque tu ex te ha pegado un tiro, y así. Y entonces uno se muere porque el corazón deja de latir.

El otro argumento es el de los creyentes que vienen a decir, de hecho lo dicen, que la muerte la decide sólo Dios. Si alguien muere te sueltan la frasecita: “Ha sido la voluntad de Dios”.

¡Pues vaya con la voluntad de Dios!

Hace mes y medio ese Dios tan bondadoso tuvo la voluntad de que muriera de pronto, en menos de una noche, un niño de trece meses precioso todo sonrisas y felicidad llevándose con él la alegría de su joven madre que nunca volverá ya a ser la misma.

Si esa es la voluntad de Dios, si es así como se entretiene, mejor que se dedique a jugar al parchís.