Hace un tiempo escribí un post en el que afirmaba que la vida está sobrevalorada.
Ayer mi amado House me hizo reflexionar cuando con su cara inexpresiva y su tono neutro me dijo – bueno se lo dijo a Trece, pero ¿qué os hace pensar que en mi mundo imaginario no soy Trece cuando me conviene, o Cady, o Cameron? Pues claro. Eso sí, la mayoría de las veces sólo soy la fiel amante que orgullosa y feliz lo espera en su apartamento, porque cuando empieza a ponerse borde no me apetece ser el flanco de su artillería pesada –
House: ¿Creías que podías cambiar algo?
Siberia: Casi muere por ese trabajo. Sí, yo creí…
House: Casi morir no cambia nada. Morir lo cambia todo.
Siberia: Casi muere por ese trabajo. Sí, yo creí…
House: Casi morir no cambia nada. Morir lo cambia todo.
A raíz de esta conversación que mantenemos me pongo a pensar y sin llegar a borrar de un plumazo en lo que creo, sí me planteo esta realidad que me hace comprender a House pues mi mente repasa casos conocidos, todos cuantos se le parecen y todos ellos se dibujan ante mí tal y como mi amor platónico me asegura.
Sobre todo me viene a la mente lo que no hace ni doce horas me contaron de una joven que estuvo prácticamente en el otro lado, con mucha más muerte que vida, pero a fuerza de tratamientos de choque de médicos y personal sanitario pudo volver a este mundo que por poco pierde. Y todo ¿para qué? Para que después de una brevísima extancia en el hospital y bastante antes de que estuviese del todo recuperada se la llevaran de nuevo a vivir la misma vida y que todo, absolutamente todo, siguiera igual .
Sobre todo me viene a la mente lo que no hace ni doce horas me contaron de una joven que estuvo prácticamente en el otro lado, con mucha más muerte que vida, pero a fuerza de tratamientos de choque de médicos y personal sanitario pudo volver a este mundo que por poco pierde. Y todo ¿para qué? Para que después de una brevísima extancia en el hospital y bastante antes de que estuviese del todo recuperada se la llevaran de nuevo a vivir la misma vida y que todo, absolutamente todo, siguiera igual .
No hubo compasión para ella, ni relax, ni descanso, ni tregua. No tuvo ninguna clase de alivio, ni mejoró el trato que recibía de quien mal la quería. Siguió igual todo a pesar de todas las molestias penosas que sufrió hasta su total recuperación. Y siguieron martirizándola, siguieron amargándole la vida, continuaron con esa tortura diaria y continua mientras ella se preguntaba el porqué sin saber que no hay respuesta para la maldad. ¡Qué distinto habría sido si hubiese muerto! Entonces sí, y de qué manera drástica habrían cambiado las cosas. Entonces sí que alguien hubiese pagado la perversidad que ejerció sobre ella, entonces sí habría dejado de sufrir la joven y de penar llorando sus días y sus noches.
Y es que casi morir en nada cambia las cosas de alrededor, en nada. Ahora lo sé, ahora lo veo.
Así, que si alguien piensa que por estar cerca de la muerte, por rozarla o avistarla a su vera, algo se transformará en su vida, que se olvide, pues no pasará. Absolutamente todo seguirá igual que estaba, ya sea bueno, malo, regular o pésimo.
Claro que de lo que yo quería hablar era de la melancolía que hoy Gaucho me comenta con cierto pesar, quizás hasta con un poco de compasión, y sobre todo mucha estima. Y entonces es cuando me doy cuenta que la melancolía está infravalorada. ¿Acaso es tan malo tener unos momentos de añoranza?, ¿Es peor la nostalgia que la tristeza, la desdicha, la desgracia o la amargura? Después de lo que acabo de narrar, yo creo que está claro que no.
Es posible que en ese futuro que ya comienza, la raza humana se convierta en una especie humano-androide robótico dónde sólo tengamos el chip de un anodino estado sentimental insubstancial, es decir, nada. O bien podemos dejar que neurólogos y psiquiatras ya que también en procedimientos médicos se avanza, nos abran los lóbulos frontales para que practiquen lobotomías a diestro y siniestro hasta dejarnos seco el noventa por ciento del cerebro y poder así pasar por la vida con una alegría perpetua que nos lleve a dar saltitos de júbilo y a reír como alienados sea lo que sea lo que nos acontezca. Que se casa un amigo, tú a pegar brincos y dar palmaditas en la espalda, que te abandona tu esposa, tú a bailar de alegría por las calles mientras buscas un hotelito barato, que enferma un familiar tú a sonreír de oreja a oreja y a fumarte un buen puro habano con un chupito de aguardiente.
No, no es así, amigos míos. El que anoche estuviese un poco melancólica no tuvo un sentido dañino, ni siquiera perjudicial, pues no fue doloroso, ni sangrante, ni desesperado.
La melancolía es un estado intermedio donde amor y lejanía se juntan y se abrazan.